Pasos aleatorios

Ocasionalmente me gusta poner en práctica un juego. Me calzo las zapatillas, las ato, me levanto, toco el suelo un par de veces para estirar la espalda, me levanto, levanto mi pie izquierdo y lo afirmo con mi mano izquierda durante 10 segundos, repito el proceso con mi pie derecho. Inserto un audífono en cada oído. Giro el pomo de la puerta y la abro. Inspiro profundamente. Quiero captarlo todo: el aroma del pasto recién cortado en la mañana, los bocinazos de los impacientes, los perros merodeando en los tarros en busca de algo que los ayude a sobrevivir un día más, el ruido del camión de la basura tragando hambriento una nueva carga.

Expiro.

Entonces, ocurre la magia. Inicio la lista de reproducción. Basta con un pequeño estímulo para echar a andar, un pie detrás del otro, tranquilo, sin apuros, alejándome de la puerta, acercándome a otras. Todo avanza suave, como en cámara lenta. Me importan tres cuadras de pichulas las Esterofelianas, las Verofestrafas o cómo sea que se llamen, los críos, los perros y los camiones de basura, porque avanzo en paz, a mi ritmo. Nadie me apura, porque nadie me supervisa ni me espera. No es que vague sin rumbo, es que el rumbo es aleatorio y va mutando, construyéndose a medida que mis pies avanzan. Me tengo fe. Y me perdono.

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